Para que nadie quede atrás
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Marta Andrea Machuca Arriagada
DE VERAS QUE ODIABA LLAMARSE MARTA
Por Francisca Escobar, Ana María Hurtado, Elisa Montecinos, Gabriela Bade y Gabriela Villanueva.
Machuca, la llamábamos con cariño. Era chica, ruda y audaz.
Como la nuevas tendencias que llegaban de Conce con peina-
dos, jerga y modas distintas, refrescando el enrarecido ambiente
del Santiago de comienzos de los 90, se dejó caer un día por la
Escuela de Periodismo, en ese entonces ubicada en la calle Bel-
grado (ahora José Carrasco Tapia) en un conjunto de casas que
habían sido el cuartel general de la DINA.
La risa llena de ironía, los lentes rotos y Sábato o alguna otra lec-
tura sesuda bajo el brazo; la crema fina en el velador y los bototos
para la calle. Era rebelde y avant-garde, le gustaba ir contra la co-
rriente. Vivió a concho sus escasos años de vida, realizó hazañas,
proezas y viajes, cambió de ciudad y de carrera. No terminó Pe-
riodismo, donde la conocimos, ni Sociología, carrera vecina a la
que se cambió después. Leía vorazmente y a un ritmo que varias
nos hubiéramos querido. Era una intelectual de tomo y lomo,
muchas veces nos sorprendía con lecturas inesperadas que algu-
nas sólo pudimos digerir varios años más tarde.
Los domingos se leía entero el diario La Época y partía al cine.
Caminábamos hasta el Normandie para ver cualquier película
de Kieślowski, muchas de Wim Wenders y otras tantas: Santa
Sangre, Delicatessen, Una noche en la tierra. Después escuchá-
bamos los cassettes con la música de las películas comiendo las
delicias de la encomienda que su madre (“mi mami”, como ella la
llamaba), le enviaba desde Cañete: nalcas, mermeladas, chorizos
y quesos.
Esa calidez íntima y hogareña que se irradiaba desde el sur, y que
ella celebraba y compartía, convivía sin problemas con su rabia
contra el mundo y sus miserias. Esa rabia la descargaba con unas
cuantas patadas bailando al centro de alguna pista, al ritmo de
Los Tres y otros rockeros sureños que nos presentó en las fiestas
de esos primeros años.
Tantas veces estudiamos en el departamento limpio y acogedor
que compartía con su tío Caco y que su familia generosamente le
había instalado en la capital para que pudiera vivir sin mayores
contratiempos (y que como es de esperar no le gustaba). Si no es
por ella, varias habríamos reprobado Psicología más de una vez.