Para que nadie quede atrás
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Olga Dragnic Franulic
YUGOSLAVIA, CHILE, VENEZUELA
Por Paola Dragnic
Mientras comienzo a deslizar los dedos en el teclado, hasta puedo
sentir a Olga regañándome: “es muy malo eso de andar adulando
a los periodistas”. Sin duda estaría un poco molesta si supiera que
escribo estas líneas nada menos que para honrar su memoria y la
de Federico Álvarez, su compañero, colega y gran amor. “Y peor
aún, viniendo de una periodista de mi propia familia”, increparía
chistosa justo antes de dar la última bocanada a su venezolanísimo
Belmont corto.
No hay nada que honrar, coincidirían los dos en el cielo de los
ateos, porque el periodismo que nos heredan –dirían insisten-
tes– es simplemente el que necesita la verdad: certero, capaz de
interpretar los hechos en su contexto, obsesivamente riguroso y
humilde en lo intelectual.
Olga Dragnic vivió y murió en las más absoluta discreción y auste-
ridad en el mítico departamento de Avenida Las Acacias en Cara-
cas que se convirtió en el útero materno para nuestra desperdiga-
da familia y en una especie de tibio cubil para periodistas chilenos
y venezolanos que, al menos una vez a la semana, se daban cita
para conversar y analizar sobre los avatares de la política latinoa-
mericana y el uso y abuso del periodismo.
En esos sillones del indestructible ratán de los ’60 que sobrevi-
vieron a nuestra infancia y amoblaron durante cinco décadas su
departamento, se sentaron muchas generaciones de periodistas y
políticos que encontraron en Olga y Federico el asilo intelectual,
académico y emocional necesario para sustentar la trinchera de
un periodismo honesto y valiente que intentaba salvaguardar la
verdad en medio de los convulsionados años que atravesaban Chi-
le y Venezuela.
Y es que el periodismo chileno y el venezolano están cruzados en-
trañablemente desde sus orígenes y en muchas de sus vueltas, hay
algo de Olga y Federico entre medio.
De hecho, su propia historia de amor y combativa militancia co-
munista, convergen casi proféticamente en la recién creada Es-
cuela de Periodismo de la Universidad de Chile a la que los dos
llegaron sin conocerse, con exilios dolorosos y el sueño de una ca-