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Para que nadie quede atrás

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Agustín “Paco” Oyarzún

UN OFICIAL DE LAMEJOR MADERA VERDE

Por Toño Freire

A mediados de los 50 –como siempre ha ocurrido– se tenía des-

confianza de los compañeros que luciendo trajes militares llegaban

a estudiar a la Universidad de Chile. Utilizo el verbo “lucir” por-

que el corte perfecto de sus uniformes merecía tal evaluación. Sin

arrugas, ajustado al cuerpo, gorra para aumentar estatura, galones

estrellados, ancho cinturón por si poseían barriga, zapatos lus-

tradísimos, les otorgaban una prestancia que imponía distancia e

incluso temor en los más pruriginosos.

Fue lo que acaeció al ver entrar a nuestras primeras clases de Perio-

dismo a Agustín Oyarzún Lemonier; quien, a su atuendo de oficial

de Carabineros, sumaba una corpulencia respetable: entre macizo

y gordo. Inquietud que sólo tendió a atenuarse cuando, sentado en

la primera fila, giró su cabeza y empezó a esbozar una sonrisa y

mirarnos con franqueza. Fue el instante en que se ganó el apodo de

Paco y en que quedó depositado para siempre su grado de capitán

en el fondo de su maletín negro.

Al poco tiempo de conocerlo, confirmé que aquella actitud inicial

no había sido fruto de una conducta estudiada, dado el hecho de

que era un profesional, guardián del orden, que nos superaba en

edad por más de diez años. Su comportamiento, simplemente obe-

decía al afán sincero de un hombre cabal dispuesto a convertirse en

un amigo y compañero de estudios.

Rápidamente confraternizamos. Perfeccionista, durante los re-

creos, por iniciativa suya, para enriquecer el vocabulario, nos in-

terrogábamos acerca de nuevas palabras y conceptos. Bromeando

internalizamos perínclito, chirigota, ápside, mandala, deísmo, y los

usamos en nuestros escritos Empezamos a estudiar juntos en su

casa de un condominio de Carabineros existente en Arturo Prat

con Maule. Por igual, en compañía de Manolo Lisbona y Sergio

Gutiérrez, su oficina en la comisaría de San Isidro con Santa Vic-

toria se transformó en centro de nuestras tareas. Enseguida del

aprendizaje pasábamos al Casino donde, escuchando sus anécdo-

tas vividas mientras prestaba servicio en villorrios fronterizos con

Bolivia, entre trago y comida, cruzábamos alegremente la media-

noche. Quizás en esas veladas nació la fuerte ligazón que motivó

que, cuando cursábamos el último año de la carrera, Agustín me

promoviera para que en la escuela me eligieran el mejor compañero.