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Cyber Humanitatis, Nº 20 (Primavera 2001)


De Mientras traza su curva el pez de fuego (1984):

 

MANUEL

A ti te llevaron dulcemente de un lado a otro de la vida.
(La vida era para ti, Manuel, una ciudad desnuda
y reluciente como una mujer desnuda).
A ti te dijeron los más viejos,
durante aquellos lentos viajes,
sus torpes palabras de otros tiempos,
sus erráticas palabras,
sonoras y sinceras igual que su ignorancia.
Justo es decir que a ti te concedieron las gracias que tenían
mientras te paseaban por las habitaciones de sus accesorias
y te mostraban sus pobrísimas reliquias,
su humildad.
Todo lo de ellos era pobre pero armonioso,
y llorabas de alegría
porque tus ojos,
nuevos, ávidos, ligeros,
sorprendían una belleza inmensa en esas breves maravillas.

Pero ellos te dejaron, Manuel, nada más que la ternura,
te dejaron ardiendo solo en tu propio corazón
en tanto que la gran ciudad
-esa mujer desnuda-
afilaba sus garras y sus dientes y vomitaba fuego.

Qué desaforadamente ingenua fue toda tu niñez.
Ganarás el pan con el sudor de tu frente
-con su ejemplo te decían-,
pero, durante aquellos lentos viajes,
nadie te dijo nunca que en ese sudor había
lágrimas y sangre.
Amarás al prójimo corno a ti mismo
-te dijeron-,
pero nadie te enseñó a distinguir al prójimo que se te parecía.

Manuel, la enseñanza que te dieron fue, sin duda, hermosa,
pero no fue sabia.
Te querían ciego porque así concebían el amor.

 

OH TRENES QUE PASÁIS EN LA ALTA NOCHE

Oh, barcos que pasáis en la alta noche
RENÉ LÓPEZ

En una mínima estación de campo,
cuya puerta es un bostezo ante los rieles,
registro el vértigo de luces
de los trenes que pasan.

Sale del silencio el Halley Express;
colma de fulgor y asombro un solo instante de mi vida
y corre a su origen trepidando,
silbando.

Cruza el cometa Diesel de un lado a otro de la noche
envuelto en vapores siderales y ruidos mecánicos;
repleto de adioses y de parabienes,
vuela al encuentro de las grandes terminales
del recuerdo y la melancolía.

Oh, trenes,
los espero, los saludo, los despido.
Siempre hallarán mis ojos muy abiertos
frente a sus ventanas,
enlazadas por la prisa.

Siempre encontrarán a este viajero
ardiendo en el andén.

 

LAS PIRÁMIDES

Contra el tiempo, el caos y el azar,
contra la duda y la rutina,
contra el horizonte de los vastos arenales de Gizeh,
los faraones de la IV Dinastía
Keops, Kefrén y Micerino
ordenaron que se alzaran las Pirámides,
los monumentos absolutos de su gloria.

                                                        Entonces
el labriego fue obligado a abandonar sus tierras
y el pastor fue obligado a abandonar sus cabras
y fueron, en Gizeh, carpinteros y albañiles,
bestias de tiro cubiertas de sudor.

Y del desierto se elevó la piedra
como la eternidad desde el fondo de la Historia.

El cabrero no vio más sus cabras
ni el labriego pisó más sus tierras.
El nombre de ellos es plural como lo es el polvo.

Pero Keops, Kefrén y Micerino,
que tenían voz para mandar,
sueños de grandeza
y manos para el ocio,
atestaron con sus nombres la IV Dinastía.

 

SERMÓN

Los muertos revientan en la tierra,
pero van al cielo, se congregan en la altura
y siguen comiendo sus platos predilectos,
gozando de idénticas victorias,
rumiando las mismas frustraciones,
amados de quienes los amaban,
odiados de los mismos enemigos.
Y el que era tímido sigue siendo tímido.
Y el que era osado sigue siendo osado.
Y el que era un mierda sigue siendo un mierda.
Y el que era héroe o poeta o sabio sigue dando luz.

Asi,
lo mismo que en la tierra era,
es por siempre la gente allá en el cielo.

De modo
que los muertos se meten en los moldes
que fueron horneándose aquí abajo,
y quedan fijos, tiesos para siempre como íconos de yeso.
Y el calvo es calvo ad eternum.
Y el flautista sopla per secula seculorum.
Y el traidor y el explotador y el criminal y el embustero y el déspota y el rufián no tienen
      perdón jamás.
Porque el cielo es una jaula encristalada
con aviso: NO TOCAR NI TRASTROCAR.

Allí no es permitido cambiarse de camisa,
de nombre,
de milagro.

 

PARA HUMILLAR ESTE SúBITO SILENCIO DE EFRAÍN HUERTA

Desde luego que la muerte es cotidiana
aunque siempre saluda ataviada de sorpresa.
Es ese galgo mudo que nos sigue sin mirarnos.
El espíritu se pule, se afina, se hace sonoro y fértil
y se ilumina o enturbia en el trato diario con el mundo;
pero el cuerpo invariablemente se deprecia como un torno
en el ciclo de producción,
                                y un día,
que siempre imaginamos muy remoto,
queremos tomar una decisión y no podemos alzar el brazo,
queremos mirar de frente y nada vemos,
queremos caminar un poco más y comprobamos que los pies
se nos han ido a pique como viejas goletas mal calafateadas;
y así,
a todos por igual,
el trajín de la erosión nos pulveriza y arrastra al fondo
de no se sabe qué.
A ese fondo ha ido ya a parar Efraín Huerta
corno una máquina heroica que de pronto se detuvo en medio del taller.
                                                                La noticia
de que Efraín ha muerto despierta en mi memoria
la visita que hicimos a Lezama.
Soy el único superviviente de aquella noche
que se ha ido disolviendo en las noches.
Nos bebimos un par de buenas botellas y fiestamos,
entre veras y burlas,
con la barroca fronda de Lezama.
Cuando nos separamos,
fría la madrugada en la calle Trocadero,
nos fuimos repitiendo las palabras del Alucinado
para no perderlas,
como se recita un salmo.
                                 Pero
yo no podría repetirlas ya: sólo retengo
la escena de los tres bebiendo, platicando,
y los vasos llenándose y vaciándose
en su enmascarado juego de clepsidras.
Aquel encuentro es ahora una fantasmagoría,
un filme de gestos espectrales,
un enorme silencio.
                            Y
cómo resentí el vasto silencio que a su paso segrega la vida cuando, en el Tajín, recordé el
              poema que Efraín Huerta
tituló El Tajín.
En la empedrada placeta de los juegos bárbaros,
osario de bullicios, y en las calzadas lunares,
al pie de los teocallis poblados de lagartos cenicientos,
me acompañó ese poema.
Rodeado por la selva que se traga los templos
imponiéndole raíces y rumores a la piedra muerta,
yo lo repetía:
              Andar así es andar a ciegas,
              andar inmóvil en el aire inmóvil.
En el Tajín había mucho silencio:
el mundo ha volcado allí todo el olvido de que es capaz,
ha vaciado allí todo su vacío.
                                          Y yo,
viajero como Efraín por entre aquellos restos ceremoniales,
desafiantes en su culpable belleza,
sitiados de ciclo y de follaje,
llenaba todo el vacío, todo el silencio con su poema:
¿para qué lo hizo, pues?
Ahora también me lo digo para humillar el súbito silencio
de Efraín Huerta.
                      ¿Para qué diablos lo hizo,
                      pues?

 

VERSOS A UNA MUJER DIFUNTA

¿Quién no te olvidará? ¿Pero quién sí?
Al fin estas preguntas: ya no hay otras.
Tú fuiste tibia, breve, tersa, suave,
destinada al amor como las rosas.
Para el que pasa y mira en tu sepulcro
tu nombre solitario, ¿qué eres ahora?

Cuando lleguen las nuevas primaveras
tú no estarás despierta ni dormida,
ni encenderá tus rosas el amor,
ni serás tersa, suave, breve, tibia.
Otra vida tendrás, si te recuerdan.
Otra muerte, más honda, si te olvidan.

 

FLORES AMARILLAS

Qué furor contra todo, con qué furor mis ojos
buscan en el espacio ahora refulgente,
sobre los árboles jóvenes de mayo que no viste,
la disnea cada vez más honda,
el decoro de las batas sanitarias
parpadeando como velas en el frío corredor,
y tu vida, retrocediendo
en tu voz como una niña dormida
que murmura,
que se hunde
y se despide.

Con cuánta furia busco lo que ya no veo.
Haber sufrido tanto,
y todo sucedió tan pronto,
¡y tan frágil es lo cierto!

La memoria te toca y te deshaces,
me llama, vuelvo el rostro y me destruye.

Busco en el espacio el sitio penumbroso
donde el auriga te llamó tres veces,
pero sólo hay viento y voces en el viento
y el verde júbilo de las ramas vivas.

Pobrecita mía,
¿en qué lugar del viento te demoras
y cuál de aquellas voces es la tuya?
¿Y en qué lugar del viento estoy? ¿Y dónde
el que sufría junto a ti, dónde encontrarlo
entre tantos ramajes inocentes
que se agitan y lanzan a la hierba
sus flores amarillas?

 

POEMA ROMÁNTICO

Hoy quiero estar con los ojos cerrados,
sentir el mundo como lo siente un ciego,
evocarte en la fresca lisura de un vaso,
presentir tu mirada en un golpe de viento.

Hoy no quiero el brillo, los contornos,
las aprendidas formas de las cosas.
Hoy necesito cerrar bien los ojos
y quedarme con el tiempo a solas.

Quiero que sea el mar sólo un sonido
y la muerte un olvidado invierno,
y que el ruido de una puerta en el pasillo
inaugure para siempre tu regreso.

Hoy no soporto que las cosas sean
mutiladas maderas y humillados metales.
Espero de mis dedos que ahora sientan,
en todo lo que toquen, nada más que tu imagen.

[Señales de vida (1968-1998)]
[De Vivir es eso (1968)] [De Mientras traza su curva el pez de fuego (1984)] [De El carro de los mortales (1988) ]
[De Memorias para el invierno (1995)] [De Paso a nivel (inédito, 1998)]

 

 

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