Del biombo a la cátedra, igualdad de oportunidades de género - page 23

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Presentación
“¡Horizontes inciertos, cuyas brumas ansiamos inútilmente avizorar claridades! Debemos
resignarnos tan solo a auscultar esta realidad que nos rodea. Pedirle a ella la clave. Y ella nos
conforta. Que las gracias y virtudes de la mujer se prostituirían en la educación superior y
en el trabajo extradoméstico lo vocearon todos cuantos los resistían en el siglo pasado. La
experiencia demostró lo contrario”
(Amanda Labarca, en
Feminismo Contemporáneo
, “Inciertos Horizontes”, 1945).
Si seguimos el sendero que propone Amanda Labarca a mediados del siglo XX y auscultamos
la realidad que nos rodea en los albores del XXI,
Del Biombo a la Cátedra. Igualdad de Opor-
tunidades de Género en la Universidad de Chile
, nos confronta a un panorama que muestra
avances en relación a la historia de la incorporación de las mujeres al espacio académico. La
realidad, sin embargo, coloca sus espejos opacos en los reflejos de las desiguales posiciones de
género que hoy vislumbramos, por cierto no solo en nuestra universidad, sino en el conjunto
de aquellas complejas —de investigación, docencia y extensión— y que ponen en evidencia
que es preciso caminar más allá de lo que hoy tenemos. La organización universitaria, y sus
formas institucionales, se vinculan a la época y a los contextos culturales en la cual se desa-
rrolla y por eso se aprecian allí las mismas desventajas que las mujeres experimentan en los
espacios públicos (y, sin duda, privados también). Los(as) lectores(as) de este texto podrán
apreciar dos gestos implícitos en su producción: por un lado, la voluntad política-académica
de encarar los problemas derivados de la falta de equidad entre hombres y mujeres, y por el
otro, la autocrítica y la no complacencia de nuestras autoridades con aspectos que, en justicia
y coherencia con los postulados de nuestra universidad pública y estatal, deben ser conoci-
dos, reflexionados y mejorados en conjunto. Sin duda, cada estamento, cada unidad y cada
facultad de nuestra institución deberán sentirse tocados y llamados a repensar los modos en
que hombres y mujeres nos insertamos en la academia (en sus distintos estamentos), en su
cotidianeidad y cómo construimos una calidad de vida que a todos(as) nos prodigue un lugar
desde el cual construir la excelencia. Las relaciones de género constituyen el cimento del
resto de las relaciones sociales y es por ello que cualquier institución que se autodefina por
sus funciones docentes, pedagógicas, reflexivas y de difusión a la ciudadanía de sus saberes,
debe analizar los modos en que ella encarna o no las desigualdades. No se puede diagnosticar
“hacia afuera” si no se ha posado la mirada hacia el interior, un mínimo ejercicio de ética exige
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